El verano se ha esfumado, pero guardo promesas para el siguiente.

Desde hace poco, desde hace mucho, desde siempre o desde nunca, las estaciones pasan y con ellas los sentimientos. Cada día más vieja, cada día un poco más de tiempo perdido.
Me gustaría que nada me atara. Que nada decidiera por mi, que nada eligiera mis pasos y hacia que dirección. Me gustaría viajar y conocer gente interesante, aprender de todo y aprender de nada, nadar en los mares, océanos, ríos, lagunas y lagos, mirar por encima de todo subida en en las montañas más altas, me gustaría descubrir los rincones más preciosos, lúgubres o encantadores, me gustaría viajar y ver mundo, verlo de verdad, saber lo que es volar, y no digo en un avión, que lo tengo muy visto, digo volar de verdad, volar y caer.
Sostener el mundo en mis manos y dejarse de remilgos, estar tan llena de todo, que el sentimiento de vacío en el corazón se llene de amor al mundo. No creo que me encuentre viajando, no creo que solo se viva estando lejos de casa, pero saber la verdad y dejar de vivir en la ignorancia sería una razón para volver a casa, y solo quiero volver, pero volver después de haberme recorrido calles desiertas, fotografiado ríos repletos de peces, y pescar yo sola y mi paciencia, ir por ahí con una libreta, un libro, un lápiz, una cámara y dinero para encontrar las entradas a los mayores cines, teatros, óperas del mundo, visitar los millones de museos de todo tipo, y encontrar culturas extrañas donde lo normal no lo es tanto.
Volver a casa y descansar de todo, disfrutar de todo lo de aquí y decorar álbumes con lo de allí.