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sábado, 7 de marzo de 2015

Por el tiempo que nos queda abrázame primero y luego te desnudas.

Lo arrastraba por las calles adoquinadas. Con bruscos movimientos atávicos caminaba mientras tiraba del Tiempo -andrógina encarnación de características barrocas, con una gran semejanza a la Muerte, solo pellejo y un río de saliva salía de su boca balbuceante, una mezcla entre la nueva y la ya seca- "¿qué puede decir el tiempo?" lo mismo que el código de barras en los productos de un supermercado. Todo y nada. Al final parece que todo se ve reducido a los números. La comprensión entonces estalla su paloma mensajera en mi entendimiento: comprendo porque hay quien se aferra a la fe en vez de a los números, estos tienen el cabello grasiento y la fe seguramente sea un amasijo de entrelazados nervios.
Sigue tirando. No para. Esta enfurecida, rabiosa... Presentó al frío a sus entrañas y desde entonces no ha parado de tiritar, eso no la hace menos agresiva, refuerza el hielo las manos despellejadas de tanto rasparse contra las paredes. Tira que tira, arranca mechones de pelo de la cabellera de Tiempo y aun así esta no emite sonido alguno. Solo un ritmo como de olas llegando a la orilla parecido al prometedor futuro llegando al punto en el que ha de romperse. "Sin esperanza, sin miedo".
"¿Lo has oído?". Cuando se apaga la luz se dice que verás en cuanto tus ojos se acostumbres a la oscuridad, pero eso no es del todo cierto. Es la oscuridad quien se adapta a ti. Tus ojos abiertos no saben desenterrar deseos, eso solo lo hacen cuando apuntan directamente a tu mente. Se preguntan las secciones del manicomio, unas a otras, que es lo que pasa en su sala de enfermería... Que las sombras tienen sangre en los dedos y con frases -sin necesidad de verbo- hilarantes se cercan insinuantes a tu esperanza necesitada de rendijas clareadas que le aseguren que en segundos la luz puede inundar -mentira-. Le preguntan cuanto quiere de ellas, ¿la rendición?... Quizás espera que le concedan la fórmula de la docilidad, la respuesta a la pregunta de que es lo que le pasa que nada le satisface. Juguetonas las sombras se adaptan a lo que pide en susurros, quedamente contra el cuello de su blusa, pellizcándose la piel tierna de sus muslos y rodillas. Las sombras alargan sus finos dedos colorados y se los pasan por debajo de la nariz, casi rozándole los labios... Lame desesperada... Es en la envolvente opacidad del espacio donde agonizan las morales, donde la razón produce monstruos pues esta también sueña con objetividades y algo sobre verdades universales, es la paz que te produce la oscuridad... lo que te hace que la luz duela tanto cuando aparece de nuevo viéndose reducida a la circular pupila.
Sigue subiendo arrastrando el peso de eones, tienen los ojos enrojecidos y las gotas de sudor golpean las pestañas como una tortura china que surte el efecto contrario. No parece llegar nunca a ningún sitio, a lo mejor está metida dentro del mito de la tortura de Sísifo, o quizás sea a la que le encomendaron efectuar el deseo de Salomé pero por pena por tragedia personal se ve ahora sentenciada a tirar del viejo agarrotado reloj de arena.
En unas zancadas más llega hasta un pensamiento de fuerte constitución, debajo del brazo al un lote de libros y esta igual de furioso que ella, se le nota en el entrecejo siempre marcado por el esfuerzo de controlarse antes de acabar quemando el mundo, no le dice nada. De la rabia iracunda sale la verdad cosida con la sangre del estafado timador, quiso sobrevivir a la vida y la vida no se lo perdonó. Ella odia que le digan lo que es o lo que no es, nadie posee la capacidad suficiente para desenterrar lo hay de cierto en nosotros. Ella sin desviar la mirada del pensamiento sigue subiendo por la infinita cuesta, da igual qué sea, lo que quiera decir, no importa. Ahora a finales de un final, a finales del último comienzo... Sigue la envidia por lo que nunca podrás ser, por lo que nunca podrás disfrutar... Alguna sombra del espejo se carcajea burlándose de ella... pobre niña.
Cansada y jadeando deja de tirar del Tiempo y se agacha para acariciarle la cabeza, ensangrentada y cadavérica, sus ojos profundo, ovalados y oscuros no dicen -ni tienen que decir- nada. Ella ahora también derrama, no solo sangre sino lágrimas.
-Dejamos que la oscuridad nos envolviera, ya sabíamos porque no hacían falta respuestas en aquellos tiempos. Nunca me atreví a girarme para decirte que quería volver, para preguntarte que es lo que hacías cuando no te veía, para verte y mirándote a tus profundos ojos reescribir mi contrato. Había cláusulas a cerca del olvida que me hubiese gustado cambiar, recordar más letras y palabras apropiadas y menos errores entre campanada y campanada, vivía hipnotizada por el movimiento circular del mundo. No entendía nada. Me mandaba a desnudarme cantándome canciones de cuna, hacía que mi corazón se ralentizase, tu te volvías loco viendo como los segundos tardaban más en seguir su curso, a mi me encantaba jugar con la metafísica.
Hablaba, dice, dicta, relee, por el mañana, por el pasado, por el olvido y el recuerdo, por las mañanas y los anocheceres, por las escaleras y las cuestas, por la tierra seca y embarrada, por los pollos y las vacas, por las reliquias de familia que siempre valen más de lo que un tasador inexperto declara.
Se quedó Tiempo entre los brazos de ella. Se quedó la lluvia resbalando por las farolas de la nada sin llegarlos a mojar nunca, porque siempre estaba la burbuja rodeándolo todo.


Canción de cuna -  Dani Flaco