Una taza humeante de café. Una mano que la apretaba con fuerza.
La casa de paredes blancas que según el decorador le transmitiría paz y tranquilidad, no le ha traído más que problemas sin soluciones. La tele está encendida pero no tiene volumen, ahora lo hace con frecuencia, eso de encender la tele y quitarle el sonido.
Para que lo único que se oiga sea la respiración lenta del perro y los rápidos movimientos de las chinchillas en la jaula.
Olivia está harta de la gente. Ella preferiría ser egoísta, pensar solo en ella, escucharse solo a ella, atenderse solo a ella.
Porque se siente vacía. No sabe lo que es luchar, nunca lo ha echo. Añora amar, y nunca ha amado. Añora ser feliz y nunca lo ha sido.
Olivia quiere irse lejos, muy lejos, llegar a un sitio abierto, cualquiera, tumbarse en el suelo con las piernas recogidas y mirando al cielo. En este momento con la taza en sus manos puede sentir la hierba fresca en la espalda.
Mirar el cielo y espirar, sentirse llena, completamente llena, pensaba que el aire llenaría su vacío. Ayer cuando estuvo en clase solo pensaba u deseaba quedarse sola en su pupitre. Sin nada de compañía excepto el runrún de los coches y las aulas abarrotadas. Y mirar por la ventana, las casas de muchos colores.
Solo pensaba en ser alguien, en luchar por algo y en amar algo.
Olivia, es la que se bebió el café, se tumbó en el sillón, subió el volumen y rió, por nada, por todo y por las tonterías que hacían en la tele.
Irene.
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