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lunes, 30 de julio de 2012

Ni te perdono ni te olvido. Olivia.

Las pequeñas y dolorosas complicaciones de la vida. Tumbada, boca arriba, mirando un techo libre de grietas, de manchas o de cualquier otra imperfección, pensaba en todas las complicaciones de su vida, esas que diluía con un poco de agua para que fueran más leves, y lo sorprendente es que pegaban menos fuertes con agua, lo que no sabía era que el agua en algún momento se seca y se evapora y solo queda la complicación, solo queda aguantar con ella en el cuerpo, como un tumor, algunas crecen y se convierten en cánceres difíciles de parar y otras directamente ocupan un lugar y se quedan ahí.
Olivia creía que si aceptabas todos los problemas y aprendías a vivir con ellos, desaparecerían. No lo hicieron. Y ahora es demasiado tarde para llorar y que alguien se compadezca.
Había colocado ordenadamente todos sus problemas sobre el techo del salón. Había dejado incluso espacio para preocupaciones sin importancia, y esas aunque parezca mentira son las que más te carcomían por dentro.
Levanto el brazo derecho y como si en las dos últimas horas no hubiese echo nada lo borró. Lo borró todo de una sentada. Fin de los problemas.
El vestido de flores hondeó en sus caderas y con un paso firme y decidido salió de su piso. Bajó las escaleras del edificio y al llegar al portal miró para atrás; donde se metían los sentimientos que hacían estremecer el corazón. Se sienten y no se ven. Sabes que están ahí, en algún sitio de la oscuridad de un pasillo.
En la calle hacía buen tiempo. A lo mejor llovía, o quizás no. No corría ni una pizca de viento, el mejor día para visitar a los muertos. De camino al cementerio, para en la entrada de una floristería, flores de todo tipo de forma y de color la inunda al  entrar, el olor es el más hermoso de todos pero... el adecuado es el que más huele y se mantiene impasible en el jarrón. Un olor que huele a recuerdos encontrados en un cajón; chocolate con churros a la seis de la mañana, pinos, mar, tierra húmeda, música alta... un sin fin más de olores que guarda un tulipán blanco. La flor favorita de Lucas, se las regalaba en cualquier momento, no sabía de donde las sacaba pero aparecían; encima de un piano mientras él tocaba Canon de Pachelbel; una encima de la mesa del comedor mientras ella miraba su retrato de el mueble de al lado...
Tulipán y sonrisa de complicidad, iban juntos de la mano y a él nunca le importaba el momento ni el lugar para dárselo. Olivia sonríe al pasado.
Las puertas del cementerio están abiertas y entra sin preocupación, las ha borrado todas, está completamente limpia para entrar en un sitio donde vive gente que desconoce lo el significada de preocupación, les ha llegado su hora de que otros lloren por ellos, porque ellos ya lloraron bastante.
La segunda tumba a la izquierda, tercer piso. Recorre los caminos de tierra con paso rápido, ya casi ha llegado, ya casi lo puede ver, y cuanto más se acerca sus ojos se van preparando para derrumbarse. Cinco metros... Cuatro... Tres... Dos... Uno.
-¿Porque?
De pie. Delante de la lápida donde ponía su nombre, lloró y susurró porque, porque todas las personas a las que amaba se iban, porque cuando necesita ayuda nadie acude, porque se tuvo que ir la única persona en el mundo que la entendía.
-Después de todo nunca te dije te quiero Lu.
Dice sentada en la tierra blanda de alrededor de la tumba. Hora de contar verdades. Nunca le dijo te quiero, ni gracias. Nunca fueron nada. Solo dos amigos que pasan mucho tiempo juntos. Pero los ojos de Lucas tan azules como siempre... tan arrogantes e inteligentes... ¿como aventurarse en una aventura que podía acabar mal y perderlo del todo?. No, no era amor, pero se parecía mucho. Probar sus labios y así saber que es lo que se siente al pensar que... alguien te espera todas las mañanas, todas y cada una de ellas alguien te espera  para que abras los ojos y diga algo ingenioso.
-Querido Lucas; siempre escapándote de los compromisos...-rió por la bajo, mirándose las mano que agarraban con fuerza los dos tulipanes- Tenías un contrato conmigo. Hacerme un poquito feliz todos los días. ¿Que estás haciendo que no lo estás cumpliendo? De despediste tu solito, porque yo no decidí que esto acabara aquí. Así que vendré a molestarte siempre que te necesite.-Miró a su alrededor y pareció que todo quedó en silencio, para que solo se oyera su vos.- Pensando en hacerme una casita por aquí. Porque querido Lucas; yo te necesito siempre.
Rompió a llorar. Y era lo único que se escuchaba en todo el cementerio, los lloros de una chica llamada Olivia, con el pelo a veces pelirrojo a veces castaño, con ojos verdes, y con una misión; hacerse invisible, una chica que hace tiempo conoció a un chico que le demostró que era alguien en un mundo donde los altos puestos ya estaban ocupados, y le dijo que "¿como era posible que quisieras morir? ¿Le ibas a dar esa satisfacción al mundo? No pensaba que fueras tan cobarde."
Ella es la chica que lo sigue esperando. No lo perdona y no lo olvida. No va a darle esa satisfacción.

Irene.

                                                                    

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