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sábado, 13 de octubre de 2012

Lo sueltas sin más, y para el resto del mundo no dices nada

No sé que pasa, pero me asusta. Me asusta, que no es lo mismo que sentir miedo. Asustarse es un sobresalto, algo inesperado que no te ha echo gracia, como las marcas de carmín en el espejo, te las quedas mirando y van desapareciendo por cada instante en el que has pasado por su lado y no te has dado ni cuenta, desaparece cada vez un poco más por todas las personas a las que no has mirado a los ojos pero ellas han intentado hacerlo, y no puedes, no puedes dejarte ver, los ojos no, el espejo manchado de carmín nadie lo puede ver. El secreto es la frase subliminal que está escrita en rojo, en un rojo pasión y con mala letra, casi como si alguien lo hubiese escrito de forma desesperada, pero ya se borra, y solo ha sido un susto.
Me asusta; si hay tantas personas como tantas personalidades, tantos mundos como mentes deambulan en ensoñaciones por la acera, cada vez resulta más fácil perderse. Entonces hay tantas madrugadas diferentes como pensamientos en el aire como plumones ya en el suelo, como lágrimas empañando un cristal, como risas inundando noches tibias, donde se está mejor de noche que de día, tantas madrugadas diferentes, pero yo solo comprendo la mía, mi madrugada devastadora, la madrugada que otra noche más te observa pero no te toca. Mientras la luna intentaba traspasar la fina tela de la tienda de campaña, el frío la adelantaba cubriéndonos en un suave e imperceptible manto de vaho frío, denso y suave, casi se podía acariciar, si te concentrabas, con las puntas de los dedos. No se deberían tocar las cosas con la palma entera, se sienten mejor cuando lo prueban primero las yemas finas y sin callos de los dedos de las manos, más poético ¿no crees?.
Y mientras el calor del humo ganaba la batalla al frío, o eso parecía, porque yo sabía que volvería que se metería debajo de las mantas que derrumbaría mis barreras haciendo más duro el suelo, más insoportable el sonido de los gallos y más deslumbrante los reflejos de una luna a la que no presté atención, pero que el océano se encargo de satisfacer.
Es temporada de pañuelos mil, y el dolor de cabeza crece tanto como la angustia, las mañanas tibias son las mejores, pero se tornan oscuras cuando la vista se te nubla con un leve velo blanco. El leve velo blanco de lo que no ves, de lo que hace que ya no queden espacios en ese llamado "espejo del alma". Y para que no se escriban más mensajes con segundas intenciones que ya empiezan a tornarse sátiros y algo molestos.
Lo sueltas sin más, y para el resto del mundo no dices nada y en ti la desilusión crece y la angustia del no ver, del no saber como quitarte la manía de querer lo que no ves.
No recuerdo el motivo, ni la razón, pero me asusta... crecer y no tener motivos para levantarme, porque se me están acabando.


                                                                             hermoso, mirada, espejo, fotografía

                                                                         

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