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viernes, 3 de agosto de 2012

La luna testigo de tus noches.

El color de la luna, es un color amarillento, no es blanco, la luna no es perfecta. La luna que es la bruja que mira, que te advierte, que escucha, que te grita, que te llora, que te alienta... No es perfecta. No es de un color blanco inmaculado. Es amarilla, como los dientes maltratados de un fumador empedernido, amarillo como las teclas de un ordenador desgastado por el uso y el tiempo. Y la verdad es que sigue igual de hermosa. 
Esta noche no hay estrellas y el cielo está desnudo de ellas, pero no pasa nada, porque la luna amarillenta sigue siendo testigo de tu miedo a la noche, la noche que esconde sombras encontradas en rincones desconocidos. Tus miedo solo está en tu cabeza, pero tus monstruos parecen tan reales, tan palpables... La luna lo sabe y no dice nada, ve como temblando encuentras las llaves en el bolsillo, y como mirando atrás huyes de algo inanimado; la sombra alargada de una farola. Es testigo de tu mirada asustadiza, de tu cuerpo encogido y de tus labios temblorosos, y no dice nada. 
Dentro. Ya por fin escondida entre cortinas y ventanas, es ahora cuando te fijas en ella y sientes su pena, la pena que siente al estar sola con tanta belleza aunque imperfecta. La pena que siente al ver que los pocos que la miran sienten miedo en su presencia, es grandioso el mundo del miedo, que destruye esperanzas, rompe ilusiones, crea monstruos, e inventa mentiras. Pero es la luna la que presencia escenas de amor encontradas.
Sus labios presionando los tuyos, tu corazón retumbando en el infinito, las tripas encogidas; sí, también por miedo, los ojos cerrados ante la incertidumbre de que pasará a partir de ahora, a partir de ahora que la luna sabe lo que hiciste anoche. 
La luna no es perfecta, tú tampoco, pero sigue igual de hermosa.


Irene.


                                                           

1 comentario:

  1. De vez en cuando, la luna se esconde por completo. Nos da la espalda, desaparece de pronto, y nos deja sumidos en la oscuridad. Esas noches en que la luna no está, las sombras que nos persiguen no deben su existencia a la ausencia de luz, sino a la falta de su brillo. Esas noches el miedo no es un sentimiento, sino un enemigo que nos persigue y del que tratamos de escapar, sin lograrlo. Y la luna sigue ahí, desviando la mirada, cansada de ser expectada y espectadora, decorado y telón, pero nunca protagonista.

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