Ojalá pudiese ser capaz de escribir un diario en el cual contar que le da miedo su reflejo, por lo que pueda reflejar, que teme volverse loco, que sonríe, siempre, y que pocos le devuelven la sonrisa.
Ojalá ese diario imaginario fuera escondido debajo de la escalera, junto al recoveco de la esquina sur, junto al osito abandonado, a los sueños que persisten, a las ilusiones que nunca se rompieron, pero sí se escondieron, sí... Lo hicieron desgarbado profesor de literatura.
Ahora que eres algo etéreo quieres arreglar lo desecho por el tiempo.
Profesor de arena...
Yo también quise vivir una historia de amor que poder contar, yo también quise tener la inspiración en la piel de otro, y palpar con la lengua el sabor de los besos amargos... Que dicen que hacen brotar los mejores versos.
No pudo ser... No pudo ser... La libélula no llegó a tiempo a la primavera y murió profesor, en un parpadeo, como la princesa... Como nuestras princesas. La sangre llegó al río antes que el río a la sangre y así poder limpiarla, y yo no hice nada, como tú tampoco, ni él, profesor, él tampoco aunque lo intentó. Intentó que volara con un último impulso la pequeña libélula con ojos de aviador. Él no murió, así que respire tranquilo, ahora llora pero sigue vivo.
Y ahora que no nos quedan ilusiones que mandar al extranjero, ahora profesor que solo quedamos tú y yo. Solo tú y yo.
Ayer estuve pensando y me hice una pregunta, conteste si quiere, o si no deje que de un par de vueltas por la cabecita hueca del autómata estigmatizado. Deje que lo haga profesor, sé que volverá a funcionar, el inventor me dijo: Si se para, dele algo que hacer, pregúntele que quiere comer hoy, si miradas tristes o sangre negra. Digamos que esta pregunta que le haré es más una cosa que otra, el parecer que quiera darle, profesor.
¿Cómo prefiere morir, ya sabe que las armas no son lo mío, demasiado limpio y sucio a la vez, que yo prefiero las palabras, así que... elija, profesor... algo de amor; un demasiado lento pero seguro, que en el último momento deje de respirar con la verdad surtiendo efecto en la mente del enamorado; o... de terror; el cuervo chilló y antes de decir nunca más, oprimió su pecho contra el recuerdo estremecedor del violín desconchado y viejo del molino que no le recuerda, del triste suicidio de un pájaro negro? Yo elegí lo segundo, mejor eso que saber una verdad mortífera... ¿verdad, profesor?
Con cariño;
una alumna que sí fue a preguntarle por su pluma.
***
Mi respuesta querida, confío en ya la supondría, en la primera, la primera sin duda. Porque antes de la verdad mortífera hay una laguna de seda, y usted me entiende la ocurrencia. Antes del desastre se encontraron dos entes en algún lugar de pueblo o ciudad, antes hubo una historia que contar y moriría tranquilo al saber que la había vivido. Pero la segunda muerte, y pienso que la haya elegido usted por morir feliz pero con miedo, en vez de traicionada y con penas, pero ese violín y ese pájaro muestran otras dos muertes innecesarios si se produce la primera, se puede vivir con el olvido del molino, pero no sabiendo de un suicidio y de un desconchado y roto violín, porque... ¿no le parece eso una salvajada?
Más mirada triste alumna... Me enteré de lo de la pequeña, una pena sin duda, pero habrá otras, como ella ninguna, pero le enseñaremos a sobrevivir al invierno, parando el tiempo en mitad de la carcajada del abuelo en Navidad, del primer chapoteo en el mar de alguien, le enseñaremos a nuestra nueva princesa a no morir en parpadeos lentos si no a disfrutar los rápidos y respirar en los últimos, a sobrevolar horizontes.
Vuelva pronto, mi pluma se ha quedado sin musa.
Con orgullo;
el profesor desgarbado de literatura.