Las palabras me han abandonado. Quise poseerlas demasiado
pronto, y demasiado rápido. Quise que de quedaran conmigo un rato más, unos
segundos más antes de que el tren llegase y tuviesen que marcharse a alguna
parte. Realmente nunca me ha interesado a dónde. Porque yo las admiraba por
egoísmo; yo amo por mí, solo por mí. Aunque acabe por infligirme el mayor de
las daños, el mayor de los pesares, a mi me gusta sentirme dueña de mi propia
felicidad y desgracia, coronarme Emperadora de mi tierra yerta. Fuera el resto
del mundo. Fuera.
Abrazarse a la amistad es un error, siempre lo he sabido. La
gente viene y se va, la gente es gente y se harta, cambia, muta, tú quieres
poseerlas que sean tuyas pero, como con las palabras, se van, se esfuman, o
las dejas ir, en el fondo no quieres consumirlas porque estás enamorada de su
belleza. De su finitud.
¿De dónde nacerán estas ansias? Salen de mí a tropel, con la
energía del agua de la presa, disparada hacia una caída que a primera vista
parece interminable, llena de obstáculos y lamentaciones. “Mírate allí
suplicándole al vacío clemencia”.
Yo ya entiendo poco o nada, y ahora se me agotan las ganas,
las ganas de odiarme, las ganas de luchar contra el destino, contra la fuerza
de la corriente. Este hartazgo que me sube por la garganta y que envenena mis
entrañas, haciéndome caer en el hastío, su olor lo embarga todo; la colcha, mi
voz, mis elecciones, mi escritorio, incluso en la tinta de mis bolígrafos solo
hay hastío. Y esto me ahoga, me ahoga y me alivia. Como las verdades, las
verdades incomprensibles del mundo, que pronto aprendes a no darles mayor
relevancia, a disfrutar del ahora, y del nunca se sabe.
Aún quedan las ansías y las ganas, aún queda algo de las
obsesiones y de la energía, soy joven y pienso vivirme. También quiero besarle,
aunque tenga unos dedos horribles, desproporcionados y deformados en algunas
partes de las falanges, el otro día me entró una oleada de asco, pero me da
igual; cerraré los ojos y disfrutaré de su tacto si me toca, si algún día me
acaricia, si algún día me besase con esos labios carnosos que tiene, y con esos
ojos tan pequeños. Pero a la mierda todo. Estoy cansada. Agotada, de frustrar al universo y a mí misma, de forzar las cosas, de hacerlo más difícil de lo que
es.
He dicho tantas veces que quiero vivir, he utilizado tantas
veces el verbo querer… Y todo se me escapa, se me escapa de las manos incluso
aquello que no intenté atrapar, que se posó en ellas como un insecto ingenuo y
que luego salió volando, por mi respiración fuerte, por el temblor de mis
manos, por el sudor frío que me recorre el cuerpo cada vez que veo el desastre
acercarse… El desastre es mi sombra, encima de mí cada vez que algo me alumbra.
Y ni hablar de planear, ni hablar de nada, ni hablar del
abandono de las letras, ni hablar de las distancias, ni de las cosas que no se
dicen –ni se preguntan-, ni hablar de nada, ni de todo. Esperar, aquí, cerca, a
mi lado, ahora, y después si me prometes volver, calmarme, aquí, muy cerca,
rozándome, en este momento, y… Sueño.
Indescriptible es la sensación que me provoca leerte, tanto que incluso las palabras pesan. Antaño yo ansiaba encontrar lecturas como estas, esperando encontrar así a alguien que me desvelase que incluso mis pensamientos, producto de mis mas largas cavilaciones, no eran sólo míos. Esta tranquila empatía, ¿puedo yo encontrarla en otras lecturas inesperadas como ésta?
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