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miércoles, 2 de enero de 2013

6. Last Summer.

Y Rafe... ¿Quién era él para decirme lo que debía o no debía hacer? Fue lo primero que me cruzó por la mente nada más levantarme de la cama, estaba empapada en sudor y no era extraño, habían sido unos días de verano muy calurosos y asfixiantes, tanto que para bajar a desayunar tuve que bañarme con agua fría en el piso de arriba porque creía que no podría bajar las escaleras sin derretirme.
Rafe, el chico que había conocido el día anterior me había prometido enseñarme todos los lugares del pueblo, decía que eran un montón pero el pueblo solo contaba con unas cuantas casas, de esa gente que ama tanto su lugar en el mundo que no tiene ganas ni de dar una vuelta por la ciudad, que solo estaba a 30 kilómetros de distancia. Por eso mis padres me dejaban siempre allí sola, en Canto de Hadas, porque decían que para lo que les costaba ir y venir se quedaban allí y ya vendrían si eso.
La señora Hays me sonrió desde la cocina, yo la veía cocinar y limpiar desde las escaleras, sentada en esos peldaños fríos de mármol blanco, con mis zapatos de charol, con mi vestido rojo y veraniego, y la miraba, la contemplaba y quería tener tanta maestría y elegancia para moverme por allí (o por algún sitio), con la naturalidad de ella.
En una esquina del pollo había una gramola, ya vieja y mohosa, pero la señora Hays la mimaba y quería como si de su sobrino se tratase, no tenía hijos, ni marido. Me contó mucho tiempo después, cuando yo lloraba y regalaba sollozos a Canto de Hadas, que nunca se había enamorado de nadie ni nadie de ella, pero me lo dijo con una gran sonrisa, no entendí porque en ese momento, ahora ya lo sé, porque el amor a la vida, a las pequeñas cosas, a las grandes, el amor a los recuerdos, el amor al arte, podía, si no se igualaba, al amor de una persona por otra, lo que pasaba era que el amor a la humanidad hacía el mismo daño que una sola, las decepciones eran casi las mismas pero su sonrisa era igual, los jueves que los sábados, los lunes que los miércoles y las tostadas sabían igual un martes que un domingo, me enseñó a amar al mundo.
Rafe a amarlo a él.
Por la gramola Lousa, así le había puesto de nombre la señora Hays, donaba una salsa que hacía mover de las caderas a mi madrina, una lado, al otro, el tarareo, ahora doy una vuelta ahora me fijo en la niña, ahora me coje de las manos y me hace moverme con ella:
-¿Era hoy el día de la cita con Rafe?
"Era la piragua, 
era la piragua 
era la piragua de Guillermo Cubillos..."
-No es una cita, me va a enseñar el pueblo, solo eso.
Mis caderas se movían al son de la música y parecía que todo era más fácil mientras Jose Barros cantaba a la piragua, a Guillermo, a su Colombia querida o a mi mañana calurosa...
-Llamalo como quieras,-sonrió picaresca.- ¿que quieres para desayunar?
-Donde yace dormitando la piragua... ¡Zumo de naranja!
-¡Esta contenta hoy eh!
-¿Porque lo dice?
-Porque ya no tiene esa cara de vieja, y eso en un día, no si ya lo decía yo, ¡mi sobrino hace milagros! Pero si ha bailado y todo!
Se reía mientras sacaba del frutera las naranjas más frescas.
Me di cuenta de que tenía razón, de que me había dejado llevar por una música que no era la mía, de que había ron y tabaco en una de las canciones de ese vinillo y de que me sentía bien. Antes no había entrado nunca a la cocina, era parte del servicio, pero ese día entré, entré y bailé otra canción, y a los once y cuarto salí a reunirme con Rafe.
En esa mañana no ocurrió nada importante, y si ocurrió no me acuerdo, aunque procuré no olvidar lo esencial de ese verano.

6 HOJA

change, happiness, happy, in love

1 comentario:

  1. :D Comienza a haber algo, y si no es algo más, al menos es amistad.

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