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viernes, 7 de noviembre de 2014

Bebíamos, porque nuestros escritores favoritos lo hacían.

Y como lo hacíamos. Afincados en las escaleras oscuras de una escalinata sin farolas. Como recordaba versos -cantares populares sobre hieles, las mieles siempre supieron a poco, duraban lo que un parpadeo y siempre con un sombreado de falsedad apegado a ellas- así que allí estaban todos, levantando botella, tirando el vaso, directos al morro de cristal, sabe mejor así, directamente en la garganta, y siempre se sorprendían -aunque esperasen con impaciencia el momento- cuando el calor recorría el camino contrario al de bajada, de abajo a arriba y entonces recordabas aquellos breves, pero suficientes para llamar la atención de un joven curioso, pasajes de libros cortos, de esos que entran suaves en tu mente, que aparentemente no quieren nada de ti, ni siquiera tu atención, lo sabes, porque la portada es gris y sin atisbo de dibujo llamativo, pero tu lo buscaste, lo encontraste, miraste y pronunciaste silenciosamente como a un autista que ve más allá de ti de lo que tu ves en el reflejo del río; "Dámelo todo". Parecía una amenaza, pero era el tono en que lo pronunciabas lo que hacía que no pensaras en esas palabras como en una amenaza y más como una súplica. "Dámelo todo", era una promesa, algo que querías y que sabías que te iba a dar, porque un libro por si solo no cambia su contenido, así que eras a ti mismo al que te doblegabas para pedirte que estuvieras atento y bien abierto para lo que encontrarías dentro del libro que no quería ser encontrado, editado sin esfuerzo solo para el autor y familiares queridos.
Bebías, porque eras consciente de que querías experimentar la terrible sensación de caída, era necesaria, útil, para que tu mente conectara con el 90% restante de tus capacidades cerebrales, para crear, tu mayor obra creativa, que superase a todos lo anteriores alcohólicos, genios que te precedieron, de ahí aprendes, de ahí suspiras, mirabas por tu tercer ojo de imaginación y los veías, a todos ellos... De los que no hace falta que los nombre para saber quienes son, consiguieron la inmortalidad, consiguieron descubrir cual era la verdadera razón de vivir, tener el objetivo vital de sentirse vivo, y yo aprendí submarinismo, y estaban allí, y yo, y todos, y era triste, pero te mantenías alerta a cualquier duende que quisiera susurrarte la idea que cambiaría el mundo, esperabas, porque aunque tuvieras que coger cientos de trenes directos a oportunidades, tu esperabas, el 90% de la vida se reduce a esperar, somos fotógrafos de vivencias, y yo me preocupo en intentar definirnos porque somos dioses, y porque aunque aún habiendolo repetido muchas veces no dejo de fascinarme por lo que el mundo tiene que dar.

                                               

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